Siempre tienes que irte cuando vengo yo. O al revés. No sé
en qué parte de la historia nos volvimos tan idiotas, o si veníamos así de
serie. Fallo mío por pensar que tenía un tiempo que nunca tuve, fallo tuyo por
no insistir. Y mejor no te cuento cuantas veces estuve con las llaves del coche
en la mano pensando en ir a verte. Como si a estas alturas importara. Como si
en algún momento hubiera importado. Ya no sé si llegamos tarde, o pronto, o
sencillamente nunca acertamos con el momento de encontrarnos, por mucho que
busquemos (o digamos que lo hacemos).
Habrá que esperar hasta que vuelva octubre, al menos en
nuestras cabezas.
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