"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

martes, 27 de julio de 2010

Tan triste como ver un amanecer solitario.



Si cerraba los ojos, aún podía notar su cálida respiración acariciándole el cuello.


Sophie volvió a levantarse pronto, pero hoy por lo menos tenía un motivo: estaba muy nerviosa. Después de mucho insistir, Sara y Charlie por fin la habían convencido para que saliera con ellos. Bueno, en realidad, “convencido” era un eufemismo, pero no es necesario entrar en detalles.

La casa estaba fría aquella mañana, a pesar de que Sophie finalmente había vuelto a hacerse cargo de sus responsabilidades y se tomaba más en serio eso de cuidarse, pagar las facturas, etc., con lo cual la calefacción podía funcionar perfectamente. El único problema es que a ella se le olvidaba encenderla. Últimamente se le olvidaban muchas cosas, concretamente, desde hacía nueve días se le olvidaba casi todo. Nueve días atrás se había cumplido el primer aniversario. Un año. Un maldito año desde su muerte. ¿Cómo iba a ser capaz de superar de una vez aquella situación, si un año después aún era incapaz de decirlo en voz alta? Sencillamente, no podía. Pero aquel no era un buen día para psicoanalizarse, así que se puso su bata rosa acolchada y desayunó como si nada. El día pasó rápidamente, un ir y venir de horas que no le traían más que recuerdos. Por fin, llegó el momento de empezar a arreglarse para su primer evento social de asistencia voluntaria.

Charlie apretó el claxon por enésima vez, mientras Sara llamaba a Sophie al móvil.

-¿Se le habrá olvidado?- inquirió Charlie.
-Quizás haya decidido ignorarnos… de todas formas, no se la veía muy convencida de querer venir.- contesto Sara.

Veinte segundos después la puerta trasera del coche se abría. Sophie había hecho un trabajo realmente bueno: estrenaba un precioso vestido de seda azul oscura, que se le ajustaba perfectamente, y se había maquillado de forma que sus ojos resaltaran aún más de lo acostumbrado. Sara no pudo hacer otra cosa que asombrarse y felicitarla por su excelente estado, se había esperado algo mucho peor. Aunque claro, eso último no se lo dijo. Sophie les preguntó que a donde iban. Se habían pasado horas insistiendo en que les acompañara, pero ni siquiera se habían molestado en aclararle a donde la llevarían. Al parecer, era una fiesta en honor a un socio del bufete de Charlie, que se jubilaba.

-Todo saldrá bien.- le aseguró Sara.

Una hora después, Sophie no dejaba de preguntarse qué entendía Sara por “bien”. La gente la miraba como si estuviera loca, y no dejaban de murmurar cuando creían que ella no los oía. Casi todos eran conocidos, por lo que resultaba normal que alguno se acercara para preguntarle como se encontraba. Pese a aquellas escasas muestras de cortesía, Sophie se sentía profundamente excluida. Sara y Charlie estaban pendientes de ella, la cuidaban, pero aquello no era suficiente. No era como si ÉL estuviese ahí. ÉL habría convertido aquella aburrida fiesta de jubilación en un auténtico guateque. Con ÉL a su lado la gente no se atrevería a murmurar, ni a mirar de reojo. ÉL habría sabido hacerla sonreír, siempre lo conseguía. Pero la cuestión es que ÉL no estaba, y ya no había nada que pudiera hacer al respecto.

Al cabo de un rato, llegó el momento cumbre de la celebración: el homenajeado iba a pronunciar unas palabras. Sophie se encontraba volviendo del baño en aquel momento, prácticamente al pie de las escaleras que daban paso a la sala, y vio que tendría que cruzar aquel espacio bajo la atenta mirada de todos los invitados si quería llegar al lado de sus amigos. Por inercia, fue a agarrarse al brazo que SIEMPRE estaba a su derecha para ofrecerle su apoyo cuando llevaba tacones altos. Obviamente, a su derecha no había nadie. Por un momento la impresión fue tan fuerte que trastabilló y por poco se da de bruces con la pared. Una expresión de alarma asomó a los ojos de Sara, que había estado observándola preocupada. Ya estaba a punto de ir a buscarla ella misma, cuando Sophie recuperó la compostura y avanzó con paso elegante hacía el fondo de la sala, situándose al lado de Charlie.

-¿Me he perdido algo?- les susurró al llegar a su lado.
-Nada que mereciese la pena escuchar.- contestó Sara con una sonrisa.

El discurso terminó y, con él, la obligación de permanecer en aquella aburrida fiesta. Charlie opinó que ya era suficiente para una primera salida, y se ofreció a ir a buscar el coche. Ambas asintieron aliviadas y, finalmente, la velada se dio por terminada. Quince minutos después Sara y Charlie se despedían cariñosamente de Sophie tras haberla dejado en la puerta de su casa. Esta última les agradeció la noche y entró a la vivienda. Nada más cerrar la puerta, se quitó los tacones y se tumbó en la cama. La casa estaba en completo silencio, y Sophie sintió el peso del cansancio sobre su cuerpo. Se durmió con su precioso vestido de seda azul oscura y con el maquillaje que le realzaba los ojos. Cuando despertó estaba amaneciendo: un día más. “No lo he hecho tan mal, ¿no?” se dijo a si misma.

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