Carta a todas mis catástrofes.

Intenté empujar mi voluntad, pero se derrumbó dejándome caer sobre mi conciencia. La escuché un rato, hasta que mis pobres sentidos se adormecieron. Escapé rumbo a mi locura, pero esta estaba cerrada por reformas, por riesgo de nosequécatástrofenaturalextremadamentepeligrosa. Cambié mi destino y me encaminé hacia mis secretos, a ver si así conseguía descifrar los misterios ocultos que tanto me interesaban últimamente, pero los muy estúpidos no quisieron contarme nada. Estaba ya un poco harta, así que dirigí mis pasos hacia mi depósito de caricias, pero estaban ya tan manoseadas que no sentí nada. Ahí ya si que me enfadé, y fue entonces cuando mi ira vino serpenteando detrás de mí. Intenté escabullirme, pero me hice un nudo con mis cabreos, mis borderías y mis caras de asco. Para cuando conseguí salir de allí, me había perdido del todo. Pregunté a mi confusión, pero solo supo contarme nosequé movidas de miradas de reojo, guiños y sonrisas. Me lió todavía más, así que pasé de largo. Vi de lejos a mi emoción, pero no se acercó a hablar conmigo: al parecer estaba de morros porque yo últimamente la tenía olvidada. Pasé del tema y aparecí de repente en un sendero apartado del mundo: tenía pinta de ser donde habitaban mis deseos más privados. Eché a correr para no desviarme aún más del tema, y de repente choqué con mi razón. Empezó a echarme la bronca por hacer tantas tonterías, pero no estaba de humor para escucharla, así que me difuminé entre mis recuerdos y mis sueños. Vi cosas hace ya tiempo olvidadas, y otras que aún intento cumplir. Me impresionó tanto que me caí de espaldas, aterrizando sobre mi enorme mar de dudas, directa hacia el fondo. Mis sonrisas intentaron salvarme, pero tenía un mal día y mis ojos estaban anegados en lágrimas, con lo que las sonrisas desaparecieron, y mis dudas me ahogaron.

(¿Qué sentimiento podrá resucitarme?)