"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

lunes, 6 de diciembre de 2010

Inaccesibilidad elegante y valores cobardes.

Él era tan dulce… al principio yo vivía esperando que se hartara de mí y me abandonara, pero al final me di cuenta de que ni se le pasó por la cabeza separarse de mi lado. Me aguantó lo inaguantable, todo y más. Y yo le quería, ¿eh? No os vayáis a pensar que me dediqué a jugar con él ni nada por el estilo, no, yo le quise tanto como él a mí. Solo que siempre se me dio muy mal demostrarlo.

Le conocí un día de invierno, y reconozco que no le hice mucho caso porque en ese momento con sentir el frío cortando mis mejillas tenía suficiente. Cuando me preguntó que qué hacía ahí parada en medio de la calle, a 8ºC bajo cero, solo se me ocurrió contestarle que estaba “sintiéndome viva”. Debí de hacerle gracia, porque se paró a mi lado hasta que se le puso la nariz tan roja como sus mejillas cuando le miré fijamente. Era guapo. Muy guapo. Uno de esos chicos a los que podrías mirar durante horas sin cansarte ni pestañear apenas. Y, curiosamente, él decidió mirarme a mí.

Siguió apareciendo en mi vida a intervalos regulares, unas veces se quedaba muy quieto a mi lado, y otras de dedicaba a observarme desde una distancia prudente. En realidad supongo que intentaba comprenderme, pero con el tiempo se dio cuenta de que eso era mucho más difícil de lo que parecía. Y no es que yo fuera complicada, ni mucho menos, es sencillamente que no soy tan transparente como el resto de la humanidad. Siempre me ha gustado ese aire de misterio que envuelve a las protagonistas de mis películas favoritas, y desde hace unos años, decidí imitarlo. Por eso no basta con mirarme a los ojos para verme el alma, y es imposible adivinar si miento con observar mi lenguaje corporal. Llevo años trabajando esta fachada de inaccesibilidad elegante, y ya nadie es capaz de pillarme desprevenida.

Bueno, volvamos al tema. Cuando llegó el verano él se introdujo en mi vida de lleno. No sé si fue por el calor, por mi soledad, porque me cegó el brillo del sol en sus ojos o porque con tantos grados se me fundió el cerebro. La cuestión es que mis defensas se tambalearon y él aprovechó la coyuntura para colarse en mi desastrosa existencia. No se lo reprocho, él estaba convencido de que yo era genial, y reconozco que no hice nada para demostrarle lo contrario. Es más, para él reserve mi mejor cara: todas mis sonrisas de pintalabios rojo, mis miradas más sinceras, los despertares entre sábanas y algún que otro secreto escondido. Se lo merecía.

Al principio fue genial. Yo desataba mi locura y hacía peticiones absurdas, como ir a la Costa Azul un veintidós de diciembre, cuando predecían inundaciones y vientos huracanados. Y él, en vez de mandarme a la mierda, sonreía y me llevaba al coche en brazos. Y no me decía nada cuando me abstraía en mi mundo, con la cara pegada a la ventanilla del coche y la cabeza a miles de kilómetros de él. En vez de intentar espabilarme, se dedicaba a poner mis canciones favoritas y a guardar silencio, respetando mi autismo voluntario. Yo se lo agradecía con algún beso entre cambios de marchas, y él parecía feliz con eso. Entonces me entraban más ganas de las que nunca he tenido de contárselo todo, de enseñarle mi realidad, de mostrarme tal cual soy. Pero nunca lo hice y, aún así, creo que es la persona que más cerca ha estado de llegar a conocerme.

Nos perdimos tanto en nuestra “perfecta” historia de amor que durante un tiempo me olvide de mí misma, de quién era, y me metí de lleno en quién me hacía ser él. Pero el pasado no se olvida, se aprende a vivir con ello. Y hacerte la loca puede funcionar durante un tiempo, pero tu propia realidad te persigue y te sorprende cuando menos te lo esperas. Eso fue más o menos lo que me paso a mí. Hice como si no supiera nada, como si me hubiera reinventado a mí misma en una versión mejorada, pero mi infierno me pudo, y volví a caer…

Se lo oculté durante un tiempo prudente, no era muy difícil. Él siempre me había dejado mi espacio, así que solo tuve que aprovecharlo. Pero fui consumiéndome poco a poco hasta que mi existencia comenzó a desvanecerse, y ya no quedaba suficiente yo como para mantenernos engañados tanto a mí como a él. Supongo que por eso tuve el descuido de no cerrar del todo la puerta del baño, y de no abrir el grifo para disimular los desagradables sonidos que salían de mi garganta. Ni siquiera fui lo suficientemente precavida como para retocarme el maquillaje antes de volver a su lado. Y cuando abrí la puerta y le vi allí delante me quedé paralizada. Su reacción fue tan evidente que yo misma sentí como su imagen de mí se despedazaba formando un montoncito a mis pies. Entonces se acercó a mí y me abrazó, de una forma tan suave que se me rompió el alma. Y me odié. Me odié como nunca me he odiado por hacerle sufrir, por no ser como él se merecía que fuera. Me odié tanto que no fui capaz ni de devolverle el abrazo. Y ese fue el principio del fin.

Dejó de mirarme como antes, parecía que buscara una explicación al fondo de mis ojos, y se daba la vuelta frustrado cuando no la encontraba. Mi mejor sonrisa de pintalabios rojo dejó de tranquilizarle, y comencé a echar de menos su risa. Nuestras palabras comenzaron a escasear, y le fui perdiendo poco a poco. El problema era que no tenía fuerzas para recuperarle. Él parecía resignado, pasaba horas y horas a mi lado mirándome con tristeza, y cada suspiro que salía de sus labios me hundía un poco más en mi amargura. Creo que fue entonces cuando me di cuenta de que le quería más que a nada, que él había llegado donde nadie había podido, que era el único que se había hecho hueco en mi corazón. Pero ya era demasiado tarde, se me iba de las manos…

Fuimos dejando pasar los días por inercia, y en cada despedida tenía la sensación de que le perdía para siempre. Era insostenible, y ambos sabíamos que no aguantaríamos mucho más. Por primera vez en mi vida tomé una decisión; elegí ser valiente dentro de mi enorme cobardía. Fui separándome poco a poco de él, lentamente, sin hacerle daño. Devolví su vida al aspecto que tenía cuando yo aún no la había puesto patas arriba, e intenté poner un poco de orden en sus sentimientos. El último día que le vi me despedí con un beso en los labios, aunque si hubiera tenido otra opción me habría quedado para siempre entre sus brazos. Al llegar a casa cogí mi cuaderno y me vacié en él. Además de una breve explicación, redacté todos mis sentimientos y una extensa disculpa para a quién le interese leerla. Sabía que no serviría para nada, pero me veía obligada a hacerlo. Cuando terminé, arranqué la última hoja en blanco, garabateé siete palabras y al doblarla escribí “Para él”. Minutos después abandoné el mundo, con la cabeza perdida entre sentimientos, explicaciones, disculpas y despedidas. Me temblaban las manos y el valor se escurría entre mis piernas cuando más falta me hacía, y, sin embargo, conseguí atrapar el último retazo de orgullo que me quedaba, a la vez que la última inhalación cruzó mis labios. Mi gastada existencia se rió en mi cara mientras caían mis párpados, pero en el último segundo el amor se impuso, y el último pensamiento que motivó mi último latido fue para él.

6 comentarios:

  1. La última frase, la última, me parece de lo más precioso. La verdad que a veces me da pereza leer textos tan largos, pero este no me ha dado pereza para nada, ha sido increíble, un besazo!

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  2. Increible se queda corto para lo que he leido aquí.
    Me parece algo maravilloso este texto. No tengo palabras.
    "Mi gastada existencia se rió en mi cara mientras caían mis párpados, pero en el último segundo el amor se impuso, y el último pensamiento que motivó mi último latido fue para él" Que bonito.
    wdjkfnjdfrgg no tengo más palabra.
    Me ha gustado mucho encontar tu blog.

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  3. es precioso, vale la pena pararse a leerlo !
    me encanta como escribes, sin palabras .
    un besazo cariño :)

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  4. Perfecto, certero, apasionante. He disfrutado, me gusta tu estilo. Me quedo leyendo por aquí...

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  5. No sé... no sé cómo decirte. Los anteriores dicen que es precioso... ¿precioso?
    No me parece precioso ver a una persona consumirse por dentro. Quizá si lo sea lo que has sentido y la forma en la que has empezado a describirlo, pero generalizando, y tomando un todo de este texto se me queda un vacío y me recorre una ventolera por las entrañas.
    Sobre todo, porque tal y como te describes, me describo yo.
    Porque nadie me conoce ni llega a mí tanto como debería, pero realmente no me gustaría que lo hiciesen. No me gustaría destapar todos mis secretos ni enseñar mis rincones secretos a nadie. No por el momento.
    A veces no me conozco ni yo, y entonces sí que me da miedo la realidad.
    'Llevo años trabajando esta fachada de innacesibilidad elegante'.

    Si, yo también, y ya no sé quién podrá derribarla.


    PD: Gracias por sacar todo esto de mí con tus palabras, Cris.
    *

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