"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

domingo, 4 de septiembre de 2011

El día que tiró aquella caja llena de recuerdos fue el más triste de su vida. Casi podía sentir como algunos instantes se adherían a su ropa y le suplicaban un último vistazo, una última lágrima por lo que pudo ser y no fue. Sin embargo, sabía que tenía que romper con todo. A su edad ya era consciente de ser un fracaso con patas, y no podía permitirse perder más tiempo con nostalgias y sentimentalismos absurdos.
Decidió reinventarse. Tirar, junto a sus recuerdos, todo aquello que tuviera que ver con lo que una vez fue. Se despidió por enésima vez de los besos más dolorosos y enterró para siempre las palabras que más daño le hicieron. Entonces se sintió preparada para comenzar a contar sus defectos y admitir que, por mucho que lo intentara, nunca sería perfecta. Pero aún faltaba algo, lo más importante de todo. Aquello que la arrastraba sin piedad de unos brazos a otros, consiguiendo que se sintiera cada vez más sola. Era su mordaza personal, una asfixia continua; como un yunque sobre su garganta. Lo que la movía a buscar compañía en la soledad más profunda y a encerrarse una y otra vez en sí misma. Aquel puto silencio...
Consideró que era el momento adecuado para romperlo, pero cuando se decidió a abrir la boca sus cuerdas vocales le fallaron. Una sucesión de decepciones cruzó su pensamiento y el pánico atenazó sus labios. Ahí estaba otra vez: clavándose en sus huesos y contracturando todos sus músculos. El mismo silencio que la inmovilizaba siempre. La ausencia de palabras que la mantenía impasible ante portazos, gritos, llantos, despedidas y cierres. Se sentía incapaz de romperlo. 
Entonces comenzó a sentir ese familiar vacío que la llenaba conforme las palabras se agolpaban en su pecho. Y decidió que no. Otra vez no. Sabía que, si no hablaba ahora, estallaría de impotencia y lo mancharía todo de dolor (que es un color feísimo); por lo que separó sus labios de nuevo y pronunció la única palabra que su lengua recordaba. Un nombre, el mismo de siempre. El que no volvería nunca.

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