"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

jueves, 2 de febrero de 2012

Alma de golondrina.

Dicen que las cosas con perspectiva se ven mejor. Bueno, dicen tantas cosas… como que un clavo saca otro clavo o que el tiempo lo cura todo. Dicen, pero no saben. De hecho, no tienen ni puta idea. Porque cuando la persona que cambió tu vida desaparece, ya pueden venir todos los clavos del mundo seguidos por millones de martillos, que vas a estar igual de jodido que al principio. Y por mucho tiempo que pase, habrá ciertas partes de tu corazón que se empeñarán en reducir a cenizas tu intento de olvidarla. Y eso es un hecho, por mucho que los sabios del lugar se empeñen en decirte que ya encontrarás a otra, que hay muchos peces en el mar, y tonterías por el estilo. Porque ellos no tienen ni idea, no se enteran de nada. Ellos no han visto su sonrisa entre sábanas una mañana helada de diciembre, ni la han visto llorar de alegría al abrir un regalo. No saben como susurra mi nombre ni serían capaces de reconocer la cara que pone cuando se muere de ganas de que la bese. Pero yo sí, yo sé todo eso y más. Tengo tantas (co)razones que podría ponerme a escribirlas por las calles de Madrid y me faltarían calles. Pero a la vida siempre le da por estropear las cosas.

Siendo sincero, creo que en este caso no puedo culpar a nadie más que a ella. Yo me desviví por cumplir cada uno de sus sueños, me dejé la piel por mantener en su cara aquella preciosa sonrisa. Pero, a diferencia de ella, yo soy consciente de los límites de la especie humana. Y por mucho que el amor de mi vida quiera convertirse en pájaro, yo no puedo concedérselo. Hicimos puenting, paracaidismo, caída libre… hasta le regalé una puta cama elástica para que pudiera jugar a deshacer las nubes. Pero nada, no hubo manera. Ella perdía el hilo de la conversación cuando vislumbraba una pluma y se volvía inaccesible cuando un avión nos sobrevolaba. Comenzó a pasar horas y horas en los aeropuertos, con la mejilla pegada al cristal de la terminal y lágrimas en los ojos. Se emocionaba cuando veía cómo las ruedas se despegaban del suelo y seguía las estelas con la mirada como si le fuese la vida en ello. Yo ya no sabía qué más hacer, ni cómo tratarla. Me di cuenta de que se sentía encerrada, pero no había forma humana de liberarla.

Un día llegó a casa con una enorme sonrisa, y lo primero que pensé fue que por fin la había recuperado. Pero no iba a ser tan fácil… se dio la vuelta, se quitó lentamente la camiseta y me mostró su última locura: una pluma tatuada en cada hombro. Pocos días después trajo una paloma en el tobillo. Y creo que fue por aquel entonces cuando se volvió loca. ¡Y yo la necesitaba, joder! Yo también tenía vida y quería que ella formara parte de ella, pero era como intentar razonar con una nube… literalmente, porque allí era donde estaba su cabeza. Yo la besaba y ella sonreía, pero necesitaba hacerla sentir algo más que un cosquilleo en las comisuras de los labios. Necesitaba que me quisiera, que apartara por un momento las alas de sus pensamientos y se dedicara a mí por completo. Pero no hubo manera.

A veces hablábamos, y ella pensaba que eso lo arreglaba todo. Yo siempre respondía que las palabras se las lleva el viento, y ella contraatacaba diciendo que ojalá se la llevara a ella. ¿Qué se contesta a eso? Era como darse cabezazos contra una pared llena de plumas. Pero a mí no me quedaban fuerzas para seguir golpeándome contra la misma frustración de siempre. Ella no podía volar, y a mí me impedía vivir.

A veces, cuando rozaba sus tatuajes, podía sentir como se erizaba su piel, y brotaba en mí una cierta esperanza de recuperarla. No quería anclarla al suelo, tan solo buscaba aferrarme a ella. Por muy difíciles que me pusiera las cosas, siempre me hizo sentir como si estuviera… joder, como si estuviera volando. Que ironía, ¿no?. Ella lo conseguía sin querer, pero yo no podía despegar sus pies del suelo ni con todo el esfuerzo del mundo. Creí que me volvería loco, que sus ansias acabarían destrozando mis esquemas. Todo lo que me había esforzado por construir, toda mi ilusión y mis ganas… todo se derrumbaba ante una imposibilidad física. Y para mí era evidente: los pájaros vuelan, las personas no. Pero ella debía de tener alma de golondrina, o un injerto de gorrión en el cerebro, porque no entraba en razón ni chocándose contra el techo.

Entonces tuve que actuar, ya que me lo pedían el cuerpo, el alma, y nuestra sofocante existencia. Empotré sus alas de tinta contra una pared de color cielo y le supliqué que abriera los ojos, que dejara de mirarme sin ver. Recurrí a nuestros mejores recuerdos y a todas y cada una de las sonrisas que le provoqué; a las locuras que hice por ella y a las ingentes cantidades de amor que derrochamos el uno por el otro. Por una vez esquivé la educación, y a los ocho minutos de empezar mi discurso me vi gritando cursilerías como un imbécil. Y, para rematar mi monólogo, no pude evitar repetir una de las primeras frases que ella me había dicho: “yo necesito a alguien que mate monstruos por mí los domingos de lluvia.” Y punto. Me quedé mirándola fijamente, olvidando cada argumento que acaba de soltar mientras sus ojos se revolvían como pajarillos asustados. Habría dado mi puta vida por ver algo en su mirada, cualquier atisbo de lucidez, de amor, lo que fuera. Pero separó su espalda de la pared y se fue, dejándome más solo de lo que había estado nunca.

Y así acabó todo. Un día de febrero el viento sopló un poco más fuerte de lo normal, llevándosela a ella y disolviendo toda mi valentía. Y no sé si consiguió volar, si se volvió aún más loca o si entró en razón en algún momento de su vida. La perdí, como se pierde de vista la estela de un avión en el cielo. Será verdad eso de que algunos pájaros no pueden ser enjaulados… quién sabe. Lo único seguro es que yo ya no puedo ver una pluma sin sentir como mi corazón pierde altura.

2 comentarios:

  1. o.O Me encanta todo lo que escribes. Te sigo. Pasate por el mio si quieres ^^ http://todostenemosunsecretoyesteeselmio.blogspot.com/

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