"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

domingo, 26 de febrero de 2012

Let it go.

Que fácil me pareció arriesgarlo todo cuando no tenía nada que perder. Supongo que sería esa frase que no dejaba de resonar en mi cabeza: “lo que no hagas hoy, mañana lo echarás de menos”; porque sino no me explico que fue lo que me hizo moverme y romper esos metros que me parecían insalvables (salta, ¡valiente!). La cuestión es que en tres segundos estuve justo donde quería estar: contigo (y quedó claro que los imposibles también se rompen). A pesar de que yo no iba con esa idea… en realidad no quería una noche, las quería todas. Fue como si intentara conquistar el mundo y tuviera que conformarme con una isla diminuta al oeste de Tailandia (frustrante, como tú).  
Pero allí estaba yo, más sorprendida que nadie, con tus manos en mi espalda y las palabras por ahí perdidas; mientras mis labios borraban todos y cada uno de los días de este último mes. Y un pensamiento que aparecía cada cinco segundos, las dos palabras de siempre, que no fui capaz de pronunciar. Me conformé con pensarlo (muy fuerte) porque sabía que no hacía falta decirlo; tuviste que sentirlo cada vez que mis dedos rozaron tu cara. Y así fui devolviéndote todos los besos que te debía, todas las caricias que quedaron pendientes y algún que otro mordisco (aunque no fueron suficientes).
Y mientras yo me desvivía por hacer de nuestra despedida el mejor recuerdo, casi podía notar como tú te rendías por momentos. Disimulaste bien, todo hay que decirlo, pero hubo detalles que me hicieron sonreír como nunca. Porque en el fondo sabes que… bueno, sé que lo sabes. Justo en el momento en el que sobran las palabras y los labios van por libre, cuando nos olvidamos de respirar y (casi) desaparece todo… sé que tú también lo sientes. 
Así estaba yo: dividida entre darlo todo y hacerme a la idea de no ser nada. Sabía perfectamente que aquellas horas serían las últimas, por eso te besé con tantas ganas y no dejé que te separaras más de ocho centímetros de mí. Estaba claro que cuando la distancia volviera a instalarse entre nosotros se multiplicaría por cien, y no estaba dispuesta a arriesgarme a que eso pasara tan pronto.  
Pero te prometo que habría parado el tiempo un millón de veces, justo en el instante en el que noté tu respiración sobre mis clavículas y tus dedos dibujando estrellas en mi hombro. Porque cualquier amanecer merece la pena si se ve reflejado en tus ojos, y no sé como pudiste pedirme que me durmiera… si en esos momentos nada me hubiera alejado de tu cuello. Creo que necesitaba mentalizarme de que lo mejor para la distancia son los buenos recuerdos, y gracias a ti ahora puedo irme todo lo lejos que quiera.


Ah, y perdón por mi ataque de ñoñería, es que las despedidas me tocan la fibra sensible.





(Pd. "Ella creía que cada día debía uno ganarse la confianza de la otra persona. Exigir al otro o a la otra que te gane, que te sorprenda y que tú debas demostrarle lo mismo.")

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