Es un martes cualquiera. Hace calor y él
no está, pero yo sí. Juro que no era mi intención recordar nada. Pero cuando
encuentras un diario antiguo tienes que leerlo. Lo malo es cuando se cae un
trozo de papel con su letra. Y piensas en el candado. Que sigue ahí. Aún sigue
ahí. Siempre supe que duraría más que nosotros. Pero no es justo (nada lo es,
como pone en el trozo de papel que escribió él mismo). Pero debería serlo. Llegados
a este punto, debería serlo. Todo esto debería haber merecido la pena. Ya que
el tiempo no cura nada, como mínimo podría haber arreglado algo. Arreglarnos.
Esto no debería haber quedado así. Sé que no soy la única que espera otro
epílogo. Sé que no soy la única que se quedará con las ganas. Porque después de
todo, después de tanto, no quedan más que ganas. De borrarte de la faz de la
tierra, de desaparecer, de dejar de pensar en lo que podría haber sido y podríamos
estar haciendo. Y no somos, y no hacemos, y no estamos. Sigo despidiéndome de nosotros cada vez que lo de pensar se me va de las manos. Cada vez menos, lo admito. Pero aún. Todavía. Supongo que siempre. Sin sentido y sin remedio. Sin más. Porque no queda nada. Absolutamente nada. Y joder, sigo sin
poder con eso.
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