Volví a quedarme sola, como cada
vez que deberías estar
y no.
Casi me parece absurdo echar de
menos unos labios que a veces parecen tan ajenos
los mismos ojos que me miran en
mitad de un polvo y luego me rehúyen.
Ya no sé si soy yo la que te
espanta, o tú que no puedes con tanto miedo.
Tampoco creo que importe, el
resultado es parecido:
me veo más lejos de ti que de
completos desconocidos (aunque es casi lo mismo);
me siento más sola si estás a mi
lado que si decides irte,
y creo que jamás se me atragantó
tanto nudo en la garganta como ahora que al teléfono le da por contestarme con
silencios.
Si cuando yo dejo caer algo de
amor tú te haces el loco
y cuando tú provocas un
acercamiento yo desaparezco,
dime cómo cojones vamos a
entendernos.
Y yo sigo sola, en una cama
diminuta que me queda grande,
en otro sábado de mierda que
parece más domingo que cualquier lunes de octubre
esperando que vuelvas a recorrer
mi espalda con tus pestañas,
a conseguir que deje de pensar
por un segundo en todo lo que podría ir mal,
y va;
pero cuando el lunar al filo de
tu labio superior se convierte en mis mejores vistas
no queda otra que aceptar que lo
mismo no nos va tan mal.
Y mira: me conformo con que me
sigas tirando de la cama,
con que no dejes de reírte de mis
(in)capacidades culinarias
y con lo perdida que me quedo
cada vez que no te entiendo, ni nos entendemos.
Todo con tal de que sigas
apareciendo sin avisar para empotrarme contra la primera pared que se nos cruce
de espaldas,
que no dejes de darme besos en
cualquier parte del cuerpo cuando te dejas llevar por todo lo que podrías
sentir si te dejaras,
que me mires como si yo tuviera
todas las respuestas, cuando tú aún no has hecho la pregunta adecuada.
Puede que no haya mucho más que
hacer,
si nuestro mutuo desentendimiento sigue levantando muros entre tu lado
de la cama y el mío;
quizás yo tenga razón y la cuenta
atrás esté a punto de terminar,
o puede que los celos me desgasten
las ganas de ti y (se) me acabe(n).
Pero, mientras tanto, mientras
nos dure,
no puedo aguantar sin decirte lo
jodidamente genial que es ese momento
en el que me llamas para
despertarme y estás en la puerta.
Y hay algo más, pero eso mejor lo
dejamos para cuando se nos acabe el tiempo.
(Que no lo digo, pero lo siento.
Espero que te des cuenta.)
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