"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

domingo, 5 de septiembre de 2010

Con la mirada perdida por miedo a encontrarte.


Hoy, su horóscopo personalizado había sentenciado que era el día. Si, ese día en el que encontraría por fin al hombre de sus sueños. Según aquel milagroso horóscopo de Internet, lo único que tenía que hacer era pasear por el centro de Madrid, y tarde o temprano, él la encontraría a ella. Parecía tan sencillo, y a ella le hacía tanta falta... se puso su mejor vestido y cogió el coche.

Pasó todo el día andando, Gran vía abajo, Gran vía arriba. Bajando por Preciados y subiendo por Carretas. Estuvo dos horas sentada en Sol mirando el reloj, derrochando suspiros mientras las manecillas proclamaban a gritos su fracaso. Cuando finalmente anocheció, decidió dar una última vuelta por Gran vía. Era su calle favorita, y de noche tenía... algo mágico. Si tenía que pasar, sería allí.

Las calles estaban rebosantes de gente, pero el hombre de sus sueños al parecer se había perdido. El día estaba a punto de terminar, así que debía ser ahora o nunca. Siguió caminando hasta la Plaza de España con la mirada pérdida, fantaseando con una historia perfecta surgida de la nada. ¿Qué haría si le encontraba? Quizás sonreiría sin más, o le diría alguna frase inteligente... no, lo más probable sería que se quedara en blanco y tartamudeara, como de costumbre... Bueno, daba igual, ¡el hombre de sus sueños la querría de todos modos!

Siguió andando hasta que dieron las doce. Ya se había acabado el día. No había pasado nada, no había encontrado a nadie. Y lo que es peor: nadie la había encontrado a ella. Pensó que quizás se hubiese equivocado de lugar, o a lo mejor su hombre perfecto la había visto y había decidido que ella no estaba a su altura. Fue recogiendo poco a poco su confianza, sus sueños, su ilusión y su sonrisa, que había dejado desperdigados por sus calles favoritas, y puso rumbo a casa.

Cuando estaba a punto de llegar a su coche, se le cayeron las llaves; y cuando se agachó a recogerlas, una mano que no era la suya se las devolvió. Ella era una de las pocas mujeres que daban importancia a las manos de los hombres, y aquella le gustó: era preciosa. Cuando alzó la vista para darle las gracias al dueño, no pudo decir una palabra: él era igual de precioso. Resuelta a no quedar como una estúpida, volvió a bajar la vista a la mano y le dio las gracias a ella. "De nada", escuchó. Se apoyó en su coche y miró a los ojos al dueño perfecto de aquella mano perfecta. No podía ser él, ya se había acabado el día. Además, era demasiado... demasiado... joder, ¡demasiado! Sería increíble, fantástico, maravilloso... pero no podía ser. Decidió dejar sus fantasías para otro momento y se dio la vuelta para meterse en el coche, pero él la retuvo. Confundida, se quedó muy quieta, mientras él se acercaba un poco más.

-No puedes irte.- susurró.
-¿P-p-p-por qué no?- tartamudeó ella.
-Date la vuelta y te lo diré.

No se atrevía casi ni a moverse, aquello no podía estar sucediendo. Muy despacio, él deslizo sus manos alrededor de su cintura y la giró hasta que quedaron de frente. A ella le temblaron las rodillas, él la sujetó con más fuerza. Se acercaron un poco, puede que por inercia, puede que por necesidad, y se miraron a los ojos.

-¿Por qué no puedo irme?- apenas se escuchó, pero consiguió decirlo sin tartamudear.
-Porque mi horóscopo dice que tú eres la mujer de mis sueños.

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