"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

sábado, 11 de septiembre de 2010

De haberlo sabido, ¿habría sido distinto?

Decidí irme para siempre. Él no me quería, y mucho menos me amaba. Es fácil comerte a alguien a besos, pero cuidar el resto no lo es tanto. Hacía ya mucho tiempo que lo veía venir: malas contestaciones, humillaciones públicas, algún que otro empujón... pero nada me había preparado para tres costillas rotas y cinco puntos en la cara. Podía soportar los moratones, pero aquella vez había ido demasiado lejos. Saqué mi maleta del armario y la abrí sobre la cama. Él había rasgado casi toda mi ropa en un ataque de ira, así que no tardé mucho en guardarlo todo. En realidad, solo me interesaba conservar una cosa: el álbum con nuestras primeras fotos. ¡En esos tiempos si que éramos felices! Él me cuidaba, me mimaba, me hacía sentir especial... lo típico. Me juró y perjuró que me haría feliz durante el resto de mi vida, pero después de que le echaran del trabajo y de que llegaran los primeros problemas económicos, todas sus promesas se esfumaron en el aire junto con mi ilusión y mis ganas de aguantarle. Al principio me culpaba a mí misma... él atravesaba un mal momento y yo no hacía todo lo que podía por animarle. Pero con el tiempo comencé a abrir los ojos y a comparar mi relación con la de mis amigas. Al novio de Carol también le habían despedido, y ella no tenía ningún tipo de marca sospechosa. Esther y Pablo tenían problemas de dinero, pero se les veía igual de enamorados que siempre. Entonces, ¿por qué yo tenía que consumirme por el pánico cada vez que escuchaba sus llaves en la puerta?; ¿por qué yo suplicaba a mi jefe que me diera todas las horas extra y dobles turnos que pudiera?; ¿por qué mi cara parecía un mapa de temperatura del Sahara? No era lógico. Y yo no lo entendía. Por eso decidí irme.

Terminé la maleta (álbum incluido) y fui a por mi bolso. Cuando cogí las llaves, oí como subía el ascensor, y se paraba en nuestro piso. No podía ser, ¡era demasiado pronto! Presa del miedo, me escondí en el baño junto a mi maleta y mi bolso. Él tardó un rato en abrir la puerta: debía ir más borracho que de costumbre. Cerró de un portazo y, automáticamente, comenzó a gritar mi nombre. "¡Laura! ¿Dónde coño estás? ¡Laura!" Con cada sílaba se me encogía un poco más el corazón, tenía que salir de allí. Cuando noté que se desplazaba hacia el salón, me deslicé hacia la cocina: tenía que evitar a toda costa que me viera. Con cada segundo que pasaba sin contestación por mi parte, su ira aumentaba. Si me pillaba, no se conformaría con tres costillas y unos cuantos puntos. Dejé de escuchar sus gritos un momento, y supuse que estaría vomitando o algo similar, así que corrí hacia la puerta. Error.

Ahí estaba él, justo delante de la puerta, tan asqueroso como siempre. Mis músculos se paralizaron y comencé a temblar. "¿A dónde te crees que vas, cariño?" Dicen que después de la tormenta siempre llega la calma, pero en nuestro caso es al revés: cuanto más dulce se pone, tanto peor es la paliza. Fijó la mirada en mi maleta, y una sombra oscureció su mirada. Creo que acababa de entender mi intento de huida. Se acercó lentamente a mí y cogió la maleta. Seguidamente, trató de agarrarme por los brazos. Intenté zafarme y correr hacia la puerta, pero fue en vano. Me empujó contra la pared y se arremangó la camisa. Me encogí contra el sofá y me preparé. En mi fuero interno incluso estaba contenta: por fin terminaría todo. Se acercó y comenzó a insultarme, yo cerré los ojos. Sabía que no volvería a abrirlos.

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