Mira, escucha, habla, siente.

Andamos por la vida ciegos, sordos, mudos e insensibles.

Ciegos, por todas las cosas que nos negamos a ver: los gestos ante los que apartamos la vista y que podrían cambiar la realidad, todas esas sonrisas que no capta nuestra mirada, los detalles (importantes) que escapan a nuestros ojos, los increíbles amaneceres que no son capaces de traspasar nuestros párpados...

Sordos, por todo aquello que nunca escuchamos: las palabras que cayeron en el vacío, las disculpas tardías que ignoramos a pesar de su importancia, las promesas eternas que obviamente no fueron cumplidas, los tequieros que alguna vez nos susurraron al oído haciendo temblar nuestros nervios...

Mudos, por todo eso que no hemos dicho: las opiniones que enterramos por miedo al rechazo, la sinceridad que murió en nuestros labios, los sentimientos que nunca admitimos en voz alta, esas palabras que nos quedamos con ganas de decir y que ahora nos reconcomen el alma... 

Insensibles, por todo aquello que no sentimos: los besos que resbalan por nuestra piel sin llegar a estremecerla, las caricias que apenas rozan nuestro cuerpo, los abrazos falsos llenos de hipocresía y escasos de valor, las lágrimas que no fuimos capaces de derramar cuando estuvimos a punto de desbordarnos...

Y lo único que puedo decir es que vivir así es un auténtico desperdicio.