Somos el tiempo que nos queda.

Van pasando los días, y con ellos los meses, hasta que un día te sorprendes mirándote a ti misma en el espejo y viendo como resbalan por tus mejillas todos los años que llevas encima. El tiempo pasa sin que apenas nos damos cuenta, y solo descubrimos lo valioso que es cuando se hace demasiado tarde. Supongo que solo vemos eso cuando crecemos, que es otra cosa que se hace con el tiempo, pero bastante más complicada. 

Crecer es algo así como aprender a vivir. No es caer y levantarse, es ser capaz de empezar a levantarte antes de haber caído del todo. Es despertarte cada mañana con la necesidad de hacer que el día que tienes por delante valga la pena. Es la habilidad de descubrir qué personas merecen formar parte de tu vida, y luchar por ellas. Es darte cuenta de que nada es para siempre, y que hay que aceptar ciertas realidades por muy duras que sean. Crecer es comprender que las cosas no siempre salen como tú quieres, y que las decepciones son inevitables. Es asimilar que cada momento es único e irrepetible, y que mejor disfrutarlo ahora que cuando ya no podamos. Es descubrir quién eres y, sobre todo, cómo eres. 

También es intercalar sonrisas por lágrimas sin sentido alguno, llorar por cosas que no merecen la pena, y darlo todo por una causa perdida. Es enamorarte dejándote llevar por tu locura, y perder diez minutos cada mañana admirando el amanecer. Es convertir tus pensamientos en monotemáticos, y recordar historias increíbles cada veintidós segundos. Porque, al fin y al cabo, los sueños sinceros hay que perseguirlos, y los malos senderos también hay que vivirlos.

(En seis meses hemos crecido mucho). 24x6