Y entonces, de repente, te das cuenta. Lo ves todo claro. Has estado malgastando palabras, vida y esfuerzo en la persona equivocada. Toda la fe que depositaste va apareciendo en los lugares más insospechados: te la devuelven porque no sirve para nada. Lo intentas, y lo vuelves a intentar... y lo intentas una vez más. Y finalmente te rindes. No porque estés enfadada, no porque te deprima el tema... sencillamente porque no puedes más. Encontrarte de frente con la circunstancialidad del asunto hace gotear tus pestañas, y es entonces cuando te resignas a ser olvidada. Todos los "para siempre" jurados y perjurados se disuelven en unos minutos, y a última hora de la mañana ya no queda nada. Te das por vencida, y decides desenganchar tu corazón antes de que pueda recibir más daño. Sonríes, avanzas, y pides por favor que los segundos pasen más rápido, para no darte cuenta de lo que estás perdiendo..
(Es inútil, por mucho que sonrías, seguirá doliendo igual).
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