Tú.

Para los días grises. Para los momentos en los que las palabras de doble filo me empujan contra una pared que acaba en abismo. Para las noches vacías. Para cada silencio atrapado en mi garganta que lucha por hacerse un hueco en forma de lágrima. Para las frases tristes. Para los recuerdos envalentonados que despiertan de golpe y me machacan el corazón sin avisar. Para todo. Para nada.

Para eso estás tú. Tú y tu sonrisa. Y tus ganas de vivir. Y tu manía de hacerme reír aunque no quiera, aunque no me vea capaz. Tu forma de desatar mis comisuras de su estrés paranoico y volverlas locas de alegría. Y tu mirada. Tus ojos que me piden que me tranquilice, y tus pestañas que los acompañan. Tú y tus manos, y todos y cada uno de tus lunares. Y el hoyuelo de tu mejilla izquierda. Tu manera de abrazarme y esconderme del mundo, para que sea solo tuya por un ratito. Y más sonrisas. Tú.

Puedo prescindir de todo lo demás.