Qué absurdo.

Me gustaría cerrar los ojos y dejar de escuchar la lluvia. Sería genial poder desenvolverme de una vez de este maldito agobio de otoño, y perderme por fin en el invierno, que casi había olvidado que el frío me hace sentir viva. Porque en estos meses me emborrono y convierto todos los días en domingos, aunque todos sabemos que con uno a la semana es más que suficiente. 

Y eso que, a estas alturas, hasta yo me canso de mi dramatismo: es increíble como me gusta complicar las cosas. Pero la realidad es que me aburro de seguir añadiendo escenas a historias que me muero por terminar, mientras no hago más que morderme los labios y fingir una preciosa sonrisa; todo con tal de salir airosa de la vigesimooctava situación incómoda del día. Si es que hay que joderse, me duelen las mejillas de sonreír y la lengua de mordérmela. Pero supongo que mis ganas de desaparecer se congelarán dentro de unos días, cuando sienta más frío que hipocresía en la piel.

((Y para quién se crea superior por mirarme por encima del hombro... lo siento, yo vuelo más alto que nadie)).