"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

domingo, 15 de abril de 2012

Siempre nos quisimos a destiempo.

Se dejó caer por las escaleras. Iba tan rápido que parecía que volaba. No sabía donde esconderse, pero estaba segura de que tarde o temprano encontraría algún lugar donde resguardarse de su mirada. Últimamente la volvía loca, el hielo de sus ojos se traspasaba y podía notar cristalitos helados anclándose a sus nervios. Decidió huir, pero no era una huida por cobardía… se escapaba porque por fin consiguió reunir el coraje necesario para dejarle atrás. Cuanto más lejos estaban más ligera se sentía, y se emocionó tanto que decidió probar suerte. Hizo su aparición en incontables corazones, a cada cual más rojo (pero ninguno tanto como el suyo). Y tras narrar sus vicios y virtudes con voz dulce, se resignó a escuchar siempre las mismas palabras. 

-“Lo sentimos señorita, precisamente buscamos a alguien que no sea como usted; puede cambiar y volver a intentarlo, si lo desea.” 

Cambiar. Otra vez esa maldita palabra. Había preguntado a medio mundo que significaba aquello, y ninguna respuesta le parecía adecuada. Dejar de ser lo que eres para convertirte en algo distinto. ¿Quién sería capaz de hacer eso? Se planteó entrelazar todos los vasos sanguíneos que encontrara, a ver si con suerte conseguía hacerse dueña de algún latido despistado, pero el pum pum de su tórax le recordó que necesitaba algo más que el simple estruendo de una caja torácica para olvidarle. Así que eligió mentir. Lo había hecho otras veces, se le daba bien. Pero cuando tuvo delante el ventrículo izquierdo del amor de su vida se le atragantaron las palabras en la garganta. Se dio cuenta de que con cada mentira se difuminaban un poco más sus rasgos, sus articulaciones perdían la estructura y hasta se le rompían las uñas. Intentó parar, pero era tarde. Acabó plantada en las coordenadas erróneas y, a pesar de saber por qué lado salía el sol, perdió el este al recordar el último amanecer que estremeció su columna. Se hizo añicos. En ese mismo instante las pupilas equivocadas enfocaron su desgracia y pudo entrever a través de otros ojos la enorme soledad que la esperaba. Lo olvidó todo, desde la mirada de hielo que la hizo huir hasta las consonantes que articulaban su nombre. Solo quedaron unos cuantos retazos de lo que antes había sido; jirones de piel abrazando un corazón que ya no sabía porqué latía. Entonces vislumbró una quinta parte de un recuerdo, mientras una voz rasgada le susurraba al oído “nunca te habías enamorado de mí tan fuerte”. Y sus manos favoritas dibujaron estrellas entre sus huesos, a la vez que su memoria rescataba todo aquello que la había hecho huir. Se le tensaron hasta las pestañas, y volvió a sentir el hielo extenderse por dentro de su cuerpo. Antes de escapar de nuevo, solo pudo susurrar una cosa: “siempre nos quisimos a destiempo”

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