Quizás él no se haya percatado aún. Tal vez siga pensando
que la apacible linealidad de su rutina es justo lo que necesitaba para calmar
su inestabilidad interna. Puede que incluso sea tan imbécil como para creer que
la lluvia que cae incesantemente sobre su vida desde el lunes tiene la
capacidad de limpiar de una vez por todas los fallos que torcieron su potencial
pluralidad. A lo mejor se autoconvence incansablemente de que escogió la opción
acertada, de que es preferible retirarse a tiempo y vivir a 2km/h por un suelo
cada día más marrón (pero seguro), que saltar al vacío y aceptar que puedes
comerte el asfalto (y resignarte a lidiar con un futuro incierto).
Quizás no quiera darse cuenta. Supongo que es más fácil
vivir de realidades neutras e insípidas que admitir lo triste que es despertar
y tener que pasar ocho minutos buscando un buen motivo para levantarse. Desde
luego, resulta más cómodo apretar los dientes y dar la espalda al único “y si”
que aportaría respuestas a preguntas que aún no se ha atrevido a hacer. No le culpo. No es el único.
Hace
falta valor para vivir.
Me parece impresionante y rotunda esta entrada.
ResponderEliminarEspero que algún día reuna el valor que reclamas.
Saludos.