"There is nothing to writing. All you do is sit down at a typewriter and bleed." - Ernest Hemingway

lunes, 2 de septiembre de 2013

Fall.


Cuando abres los ojos el invierno está a la vuelta de la esquina (vamos a obviar el otoño, a ver si con suerte este año duele menos). Empieza a hacer frío. Hasta ahí bien. Lo malo es cuando empieza la refrigeración interna, y ya no sabes si sí, si no, si quieres que te convenzan o si no te apetece una puta mierda escuchar a nadie. Qué más da. La rutina vuelve y con ella un septiembre que promete demasiado para ser verdad. Que, aunque parezca que no, dolerá. Porque la distancia quema aunque no sea nada nuevo y el tiempo, cuando te percatas de que pasa, desgarra más que arregla. Y así volvemos. Volvemos de espaldas a esta inercia de mierda que solo espera romperse y romperme; pensando que tal vez este año sea diferente, aunque nunca lo es, y quizás por eso parezca que nunca pasa lo mismo pero octubre duele igual. Y noviembre. Y diciembre ni nombrarlo. Por algo empieza por d. De la puta dejadez que nos embarga al pensar en todas las veces que nos rendimos, que nos perdimos, que volvimos a tenernos tan solo para recuperar la oportunidad de abandonarnos.
Maldito otoño y malditos meses. Los octubres que siempre empezarán por r, los ‘tú y yo’ que se lanzan para recalcar la ausencia del ‘nosotros’, los días largos y grises de despedidas y mentiras, de dar esquinazo a la forma fácil de decir que no (y decir que sí para complicarlo todo un poco, puestos a forzar…); los noviembres en forma de puente desde la desolación a las ganas de emborracharse por nada (y por nada me refiero a ese todo que no explicas porque se acumula en los lagrimales y termina por reventar si abres la boca antes de la primera copa). Y así. Seguimos. Burlando sin éxito el clímax de un otoño eterno. Hasta que le da por terminar con la misma d que al final de ‘the end’. Conclusión absoluta, definitiva, categórica, total. Fundido en negro y nada más. Diciembre.  A ver si me explico. Que diciembre solo habla de portales vacíos y llamadas perdidas, frío en las manos que se extiende a los ojos y un camino solitario de vuelta a casa, donde no espera nadie. Porque no queda nadie. Y nadie entenderá esto porque no habla de nadie (y por nadie me refiero a esas personas de las que no hablas porque se te incrustan en la garganta hasta que te dan ganas de ahogarte en las copas anteriormente nombradas). 
Y este es mi panorama. Disculpadme si no doy saltos de emoción.
A mí solo me salva enero.

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