Cuando abres los ojos el invierno está a la vuelta de la
esquina (vamos a obviar el otoño, a ver si con suerte este año duele menos).
Empieza a hacer frío. Hasta ahí bien. Lo malo es cuando empieza la
refrigeración interna, y ya no sabes si sí, si no, si quieres que te convenzan
o si no te apetece una puta mierda escuchar a nadie. Qué más da. La rutina
vuelve y con ella un septiembre que promete demasiado para ser verdad. Que,
aunque parezca que no, dolerá. Porque la distancia quema aunque no sea nada
nuevo y el tiempo, cuando te percatas de que pasa, desgarra más que arregla. Y
así volvemos. Volvemos de espaldas a esta inercia de mierda que solo espera
romperse y romperme; pensando que tal vez este año sea diferente, aunque nunca
lo es, y quizás por eso parezca que nunca pasa lo mismo pero octubre duele
igual. Y noviembre. Y diciembre ni nombrarlo. Por algo empieza por d. De la
puta dejadez que nos embarga al pensar en todas las veces que nos rendimos, que
nos perdimos, que volvimos a tenernos tan solo para recuperar la oportunidad de
abandonarnos.
Maldito otoño y malditos meses. Los octubres que siempre
empezarán por r, los ‘tú y yo’ que se lanzan para recalcar la ausencia del
‘nosotros’, los días largos y grises de despedidas y mentiras, de dar esquinazo
a la forma fácil de decir que no (y decir que sí para complicarlo todo un poco,
puestos a forzar…); los noviembres en forma de puente desde la desolación a las
ganas de emborracharse por nada (y por nada me refiero a ese todo que no
explicas porque se acumula en los lagrimales y termina por reventar si abres
la boca antes de la primera copa). Y así. Seguimos. Burlando sin éxito el clímax
de un otoño eterno. Hasta que le da por terminar con la misma d que al final de
‘the end’. Conclusión absoluta, definitiva, categórica, total. Fundido en negro
y nada más. Diciembre. A ver si me
explico. Que diciembre solo habla de portales vacíos y llamadas perdidas, frío
en las manos que se extiende a los ojos y un camino solitario de vuelta a casa,
donde no espera nadie. Porque no queda nadie. Y nadie entenderá esto porque no
habla de nadie (y por nadie me refiero a esas personas de las que no hablas
porque se te incrustan en la garganta hasta que te dan ganas de ahogarte en las
copas anteriormente nombradas).
Y este es mi panorama. Disculpadme si no doy saltos de emoción.
Y este es mi panorama. Disculpadme si no doy saltos de emoción.
A mí solo me salva enero.
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